La naturaleza de la gracia, Parte 1


Gary Dedo

 

                                                                                   por el Dr. Gary Deddo 

Una preocupación legítima 

Algunas veces la inquietud de aquellos que se preocupan con extender “demasiada gracia” puede ser legítima.

Lamentablemente, algunas personas enseñan que al ser salvos por gracia, no por obras, no importa como vivamos. Para ellos la gracia significa sin obligaciones, ni reglas o un tipo determinado de relación. Este punto de vista errado considera la gracia como una entrada libre, como una carta blanca que da permiso para hacer lo que uno quiera. Mi experiencia es que la mayoría de las personas que mantienen este punto de vista, o algo parecido, no van tan lejos, parecen conocer que hay algunos límites. Sin embargo, algunas personas mantienen un punto de vista de la gracia extremo, y creo que no bíblico.

Lamentablemente, algunas personas enseñan que al ser salvos por gracia, no por obras, no importa como vivamos. Para ellos la gracia significa sin obligaciones, ni reglas o un tipo determinado de relación. Este punto de vista errado considera la gracia como una entrada libre, como una carta blanca que da permiso para hacer lo que uno quiera. Mi experiencia es que la mayoría de las personas que mantienen este punto de vista, o algo parecido, no van tan lejos, parecen conocer que hay algunos límites. Sin embargo, algunas personas mantienen un punto de vista de la gracia extremo, y creo que no bíblico.

Se conoce como antinomianismo vivir sin o en contra de las leyes o las reglas.  A lo largo de la historia de la iglesia se ha escrito y se ha predicado de este problema. Dietrich Bonhoeffer, que fue un mártir cristiano bajo el nazismo, lo llamó “gracia barata” en su libro The Cost of Discipleship-El Costo del Discipulado.  El antinomianismo se trata en el Nuevo Testamento. Pablo se refirió al mismo cuando se defendió de la acusación de que su énfasis en la gracia estaba animando a las personas a “persistir en el pecado, para que la gracia abunde” (Romanos 6:1 NVI). Su respuesta fue breve y enfática: “¡De ninguna manera!” (Versículo 2). Luego, unas pocas frases después repite la acusación contra él y responde:Entonces, ¿qué? ¿Vamos a pecar porque no estamos ya bajo la ley sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera!” (Versículo 15).  

¿Cuál es el verdadero problema y la solución?

No hubo ambigüedad en la respuesta de Pablo en contra de la acusación de antinomianismo. Aquellos que argumentan que gracia significa que todo vale, porque todo está cubierto, están errados. ¿Es en verdad el problema “demasiada gracia? Y, ¿es la solución contrarrestar la gracia con algo. ¿Es así como Pablo y el resto de los escritores del Nuevo Testamento entendieron el problema? ¿Fue así como ellos buscaron remediarlo? Creo que la respuesta a ambas preguntas es claramente: “¡En ninguna manera!”. Toda la revelación del Nuevo Testamento, basada en el mismo Jesucristo, identifica la naturaleza del problema y su solución en una forma muy diferente. Pablo no cambió su mensaje de gracia y advierte en contra de aquellos que lo hicieran, especialmente en su Carta a los Gálatas.

En lugar de ser “demasiada gracia”, el verdadero problema es una falta de comprensión de la gracia y la obediencia. Irónicamente, aquellos que se preocupan sobre “demasiada gracia” tienen la misma carencia en la compresión de esta que aquellos que no se preocupan en absoluto, y prosiguen felices su camino sin pensar en vivir una vida de fidelidad a Jesucristo y a las instrucciones dadas en el Nuevo Testamento. Su incomprensión de la gracia los corta y deteriora su habilidad para vivir una vida de gozosa obediencia en la libertad de Cristo; una libertad y un gozo sobre los que Jesús y Pablo hablaron.

Necesité muchos años para llegar a la base de este tema y lo hice con mucha ayuda de otros de los que aprendí, algunos en persona y otros a través de sus escritos. Permitirme ahora que trate de compartir lo que encontré.

Valle Jerte Cerezas rojasEl problema no es demasiada gracia, ni la solución es contrarrestarla con el mismo grado de insistencia en la obediencia, las obras o el servicio. El verdadero problema es pensar que la gracia significa que Dios hace una excepción a la regla, al requisito o a una obligación. Esa es una falta de compresión común y diaria de la gracia. Si la gracia conlleva meramente permitir excepciones a las reglas, entonces sí, mucha gracia conllevaría simplemente cantidad de excepciones. Y si se dice que Dios es todo dadivoso, entonces podríamos esperar que por cada obligación o responsabilidad haría una excepción. Cuanta más gracia, más excepciones a la obediencia. Cuanto menos gracia, menos excepciones permitidas. Una limpia y bonita proporción. Si tenemos que permitir algún lugar a la gracia en este esquema, entonces la única pregunta es ¿dónde poner el fiel de la balanza entre la gracia y los requisitos: 25/75, 50/50, 75/25?   

Tal esquema quizás describe lo mejor que puede lograr la gracia humana. Pero tenemos que notar que esta perspectiva pone a la gracia contra la obediencia. Pone a una contra otra, siempre empujando y tirando la una de la otra; para adelante y para atrás, sin detenerse nunca realmente, ya que lucha la una contra la otra. Cada una deshace o niega a la otra. Estando en contradicción perpetua no tienen esperanza de llevarse bien nunca. Y así aquellos que suponen que “es así que tienen que ser las cosas” experimentan esta tensión en su interior. Por fuera sus vidas pueden parecerse a un saltarín, saltando una vez sobre una pierna y luego sobre la otra. Afortunadamente tal esquema no representa la clase de gracia de Dios. La verdad sobre la gracia nos liberta de esta falsa dicotomía.

La gracia de Dios en persona

Pregunta: ¿Cómo define la Biblia la gracia en realidad? Respuesta: Jesucristo mismo es la gracia de Dios dada a nosotros. La bendición de Pablo al final de 2ª de Corintios se refiere a “la gracia de nuestro Señor Jesucristo”. La gracia es lo que Dios libremente nos da en su Hijo encarnado, quién a cambio nos comunica gratuitamente el amor de Dios y nos restaura a la relación con él. Lo que Jesús hace para con nosotros nos muestra la naturaleza y el carácter del Padre y del Espíritu Santo. La Escritura nos dice que “Jesús es la imagen misma del ser de Dios” (Hebreos 1:3). Dicen que “él es la imagen del Dios invisible” y que le “agradó al Padre que en él habitase toda plenitud” (Colosenses 1:15; 19). El que le ha visto, ha visto al Padre, y si le conocemos, conoceremos al Padre (Juan 14:9, 7).

Jesús explica que solo hace “lo que ve hacer al Padre” (Juan 5:19). Nos dice que solo él conoce al Padre y él únicamente lo da a conocer (Mateo 11:27). Y Juan nos dice que esta Palabra de Dios, que ha existido desde el principio con Dios, tomó existencia humana y nos ha mostrado “la gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”. “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”. De hecho, de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia”. Y este Hijo que ha existido en el corazón de Dios desde toda la eternidad “le ha dado a conocer” (Juan 1:14-18).

Jesús es la gracia de Dios para con nosotros, mostrando en palabra y en acción que Dios mismo está pleno de gracia. La gracia no es una de las cosas que Dios hace solo de vez en cuando. Gracia es quién que Dios es. Dios nos da su gracia de su propia naturaleza, el mismo y exacto carácter que encontramos en Jesús. Él no da dependiendo de nosotros, no da porque de alguna forma lo obligamos a extendernos sus buenos dones. Dios da gracia porque tiene una naturaleza dadivosa. Esto significa que Dios nos da su gracia, en Jesucristo, gratuitamente. Pablo, en su Carta a los Romanos, llama a la gracia una dádiva de Dios (Romanos 5:15-17; 6:23) Y en su Carta a los Efesios declara memorablemente: “Porque por gracia habéis sido salvados mediante la fe; y esto no procede de vosotros, sino que es el regalo de Dios; no por obras, para que nadie se jacte” (Efesios. 2:8-9 NVI).

Todo lo que Dios nos da lo da gratuitamente por su propia bondad, por su deseo de hacer bien a todos los demás. Los actos de gracia de Dios tienen su fuente en la naturaleza buena, libre y dadivosa de Dios. Así que Dios continua dando libremente de su bondad incluso cuando se encuentra con la resistencia, la rebelión y la desobediencia de sus criaturas. En respuesta al pecado, da libremente su perdón y reconciliación en y a través de la expiación de su Hijo. Dios, quien es luz y en el que no hay tinieblas, se nos da a nosotros gratuitamente en el Hijo por el Espíritu, para que podamos tener vida abundante (1 Juan 1:5; Juan 10:10).

¿Fue Dios siempre dadivoso?

Desafortunadamente ha menudo se ha explicado que Dios originalmente, incluso antes de la caída, acordó dar de su bondad a los primeros padres y luego a Israel solo si sus criaturas cumplían ciertas condiciones u obligaciones que él estableció para ellos. Si no lo hacían, él no les otorgaría mucha de su bondad, especialmente su perdón y la vida eterna.

Este punto de vista errado muestra a Dios como teniendo una relación contractual, si vosotros-entonces yo, con sus criaturas. Ese contrato tiene condiciones u obligaciones (reglas o leyes) que la humanidad tiene que cumplir para recibir lo que Dios le está ofreciendo. De acuerdo a este punto de vista, la preocupación principal de Dios es la conformidad a sus reglas. Y si no damos la talla, Dios retirará su mejor de nosotros. Peor que eso, nos dará lo que no es bueno, lo que lleva a la muerte, no a la vida; ahora y en la eternidad.

Este punto de vista errado ve a la Ley como el aspecto más profundo de la naturaleza de Dios, y por ello es aspecto más fundamental de la relación de Dios con sus criaturas. Él manda lo que quiere y solo nos bendice por nuestro cumplimiento de su voluntad, especificada por ciertas obligaciones. Este Dios es esencialmente un Dios de contrato, que tiene una relación legal y condicional con sus criaturas. Conduce la relación con un patrón de esclavo-amo. Con este punto de vista, el don gratuito de Dios de dar de su bondad y bendiciones, incluyendo el perdón, está lejos de ser su esencia o naturaleza. Con esta perspectiva, se ve a Jesús mostrándonos solo un aspecto particular y aislado de quién en Dios. Jesús, de hecho, representa una excepción al gobierno y voluntad de Dios, naturaleza y carácter, no la plenitud de la divinidad de Dios. Jesús, entonces, solo revela y demuestra lo que no es esencial a la naturaleza y carácter de Dios. Considerar a Jesús en esta forma debe de ponernos en alerta sobre un problema serio.

Por supuesto, si la ley fuese en realidad el aspecto más fundamental de la relación de Dios con nosotros, entonces la gracia podría ser solo una excepción a la ley. Pero, especialmente en el Nuevo Pacto, es claro que la ley no es la forma más básica en la que Dios se relaciona con nosotros. Nunca lo ha sido. Dios no es fundamentalmente absoluta voluntad o ley. Esto se ve más claramente mirando a Jesús quien nos muestra al Padre y nos envía el Espíritu. Es claro cuando escuchamos de Jesús sobre su relación eterna con el Padre y el Espíritu. Jesús nos dice que su naturaleza y carácter son idénticos a los del Padre. Sin duda la relación Padre-Hijo no está basada en reglas, obligaciones, o en el cumplimiento de condiciones para ganar o merecer beneficios. El Padre y el Hijo no tienen una relación legal el uno con el otro. No han establecido un contrato el uno con el otro, donde si uno falla en llevar a cabo su parte el otro no cumplirá la suya. La idea de una relación contractual, basada en la ley, entre el Padre y el Hijo es un absurdo. La verdad, que nos ha dado a conocer Jesús, es que su relación es una de amor santo, fidelidad, desprendimiento y glorificación mutua. La oración de Jesús en Juan 17 muestra poderosamente que esas relaciones unitrinas son la base y la fuente de todo lo que Dios hace en toda relación, ya que Dios siempre actúa de acuerdo a quien él es, porque él es fiel.

Al leer las Escrituras con cuidado, se hace claro que la relación de Dios con su creación, e incluso, después de la caída, con Israel no es contractual, no es una de condicionalidad. Un punto importante a tener en cuenta, uno que en el que Pablo es claro, es que la relación de Dios con Israel no fue fundamentalmente una de ley, de un contrato de si-entonces. La relación de Dios con Israel empezó con un pacto, con una promesa. La Ley de Moisés (La Torah) llegó 430 años después de la inauguración del pacto. Teniendo en mente esto, la ley difícilmente podría considerarse como la base de la relación de Dios con Israel.

En el pacto, Dios libremente se comprometió a sí mismo y su bondad con Israel. Y como recordarás no tuvo nada que ver con lo que Israel podía ofrecer a Dios (Deuteronomio 7:6-8). Recuerda que Abrahán era alguien que no conocía a Dios cuando le prometió bendecidlo y hacerlo una bendición para todas las naciones (Génesis 12:2-3). De acuerdo a los términos establecidos en la Biblia un pacto es una promesa, es libremente elegida y libremente dada:  “y os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios” le dijo Dios a Israel (Éxodo 6:7). La promesa de Dios de bendecidlos fue unilateral, establecida solo por su parte. Dios les dio el pacto o la promesa como una expresión de su propia naturaleza, su carácter y ser. Su establecimiento con el Israel fue un acto de gracia, ¡sí ¡gracia!

Una cuidadosa lectura de los primeros capítulos de Génesis muestra que Dios no se relaciona con su creación de acuerdo a alguna suerte de acuerdo contractual. Primero, la creación misma fue un acto de dadivosidad gratuita. No había nada allí que mereciera o ganara la existencia, mucho menos una buena existencia. Dios mismo declara: “Y era bueno”, incluso “muy bueno”. Dios libremente extiende su bondad a su creación, hacia aquello es que muy inferior a él, dándole vida. Eva fue el don de la bondad de Dios a Adán para que no estuviese más solo. De la misma forma, Dios le dio a Adán y a Eva el jardín y el buen propósito de mantenerlo para que experimentaran una vida fructífera y abundante. Adán y Eva no cumplieron ninguna condición antes de que Dios les diera gratuitamente estos buenos dones.  

Pero, ¿qué decir después de la caída, cuando entró el pecado? Lo que encontramos es que Dios continua dando de sus bondades gratuita e incondicionalmente. ¿No fue un acto de gracia la búsqueda de Dios de Adán y Eva, dándoles la oportunidad de arrepentirse después de su desobediencia? Considera también como Dios proveyó las pieles de animales para vestirlos. Incluso su expulsión del jardín fue un acto de gracia, para impedirles que tomaran del árbol de la vida en su estado caído. La protección y provisión de Dios a Caín puede considerarse solo de la misma forma. Vemos también la gracia en la protección de Dios de Noé y su familia, y en su promesa del arco iris. Todos estos son actos de gracia, dones de la bondad de Dios gratuitamente dados. Ninguno de ellos son recompensas por cumplir alguna clase de contrato, o incluso una mínima obligación legal.

¿Gracia como favor inmerecido?

Se ha dicho a menudo que la gracia es el favor inmerecido de Dios. Estrictamente hablando esto es verdad. Pero dado lo que pensamos que implica, es verdad a duras penas. Lo que es falso es la suposición, casi siempre rondando en el fondo, de que Dios originalmente pretendió que ganáramos su favor. Eso es totalmente falso. Dios no planeó originalmente que nos ganásemos su favor pero que luego abandonó cuando nos vio fracasar. Dios no abandonó el plan A: Favor merecido por el plan B: favor inmerecido. No, Dios nunca desde la fundación del mundo quiso una relación contractual, condicional con nosotros. Él nunca quiso una relación amo-esclavo 1. Al contrario, quiso tener siempre una relación con sus hijos que reflejara, tanto como fuera posible, la relación que Dios el Padre tiene con su Hijo en el Espíritu.

Dios siempre da gratuitamente de su bondad, de sí mismo a sus criaturas. Y lo hace así por quién es, eterna e internamente como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Todo lo que el Dios unitrino hace hacia su creación es un rebosamiento de su vida interior juntos. Los actos reflejan externamente quién es Dios internamente, y le dan gloria. Una relación legal y contractual con Dios no le daría gloria al Creador trino y hacedor del pacto, sino que la obscurecería e incluso la negaría. Tornaría a Dios en un mero ídolo. Y los ídolos siempre entran en relaciones contractuales con sus pacificadores porque necesitan a sus adoradores tanto como sus adoradores los necesitan a ellos. Son mutuamente dependientes. Así que se usan mutuamente los unos a los otros para sus propios fines egoístas. La única incógnita es que “lado” ganará. El resultado de esa competición depende en gran medida en que lado es más fuerte, más poderoso, y un poco menos dependiente que el otro. Pero tal relación es exactamente lo que el Dios de la Biblia repudia totalmente. Dios no es un ídolo y no desea la clase de relación contractual, condicional con su pueblo que los ídolos demandan. Los ídolos deben ser pacificados, pero no el Dios de Israel y nuestro Señor Jesucristo 2.

La gota de verdad escondida bajo el dicho de que la gracia es el favor inmerecido de Dios es simplemente que nosotros no la merecemos. Pero la implicación que casi siempre acompaña a esa idea ¡es falsa! El favor de Dios o bendición, su bondad dada gratuitamente, nunca se pretendió que fuese merecida o ganada. Puedes “no merecer” la bendición de Dios, pero no puedes merecerla y nunca podrás. Porque si Dios nos extendiera su bondad porque la merecemos, esa acción no sería motivada por su propia naturaleza y carácter. Tal bondad no sería dada gratuitamente por un buen Dios. El favor ganado no es un favor dado gratuitamente. ¡No es gracia!  

La gratuidad de la gracia demostrada

La gracia no entra en juego solo cuando hay pecado, haciendo una excepción a alguna ley u obligación. Dios es dadivoso ya sea que haya pecado o no. En otra palabras, Dios no necesita el pecado para ser dadivoso. Sin embargo, la gracia continua cuando hay pecado. Así que es verdad que Dios continua dando gratuitamente de su propia bondad a sus criaturas incluso cuando no la merecen. Por lo tanto, él da perdón gratuitamente a su propio costo de una expiación reconciliadora.

Incluso cuando pecamos, Dios permanece fiel porque él es fiel, justo como Pablo dice: “Si somos infieles, él sigue siendo fiel, ya que no puede negarse a sí mismo” (2 Timoteo 2:13). Porque Dios siempre es fiel a sí mismo, persiste en extender su amor y en lograr sus santos propósitos para nosotros, incluso cuando nos rebelamos o resistimos. Esta constancia en la gracia muestra la profundidad de la libertad que Dios tiene para ser bueno para con su creación: “…como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo murió por los malvados…Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:6, 8).

Sin duda, el carácter especial de la gracia brilla cuando lo hace en medio de las tinieblas. Y por eso la mayoría de las veces hablamos de la gracia en el contexto del pecado. No hay nada errado con ello, pero el problema surge cuando pensamos que originalmente el favor de Dios fue para ser ganado in un arreglo legal con él. El pecado no puede detener a Dios de dar de su bondad gratuitamente. Él permanece constante en carácter, naturaleza y propósito. Dios no depende de nosotros para permanecer fiel a sí mismo. No podemos hacer que Dios sea más libre de lo que es, ni podemos arrebatarle su libertad para ser dadivoso por nuestro rechazo de su bondad.

Dios es dadivoso sin pecado como lo es con pecado. Dios es fiel en ser bueno para su creación y en mantener sus buenos propósitos para ella. Y vemos esto más plenamente en Jesús al que todas las fuerzas del mal unidas contra él no pudieron impedirle completar su obra expiatoria. Esas fuerzas no pudieron impedirle dar su vida para que nosotros pudiésemos tener vida. Ni el dolor, ni el sufrimiento ni la humillación lo pudieron detener de llevar a cabo sus santos y amorosos propósitos para reconciliar a la humanidad con Dios.

La bondad de Dios no necesita el mal para buena. Pero cuando llega el mal, la bondad sabe que hacer: vencerlo, conquistarlo y derrotarlo. Así que no existe tal cosa como demasiada gracia.

1 Una explicación peor aún es que Dios quería que creyésemos la falsedad de que él deseaba tener una relación condicional con nosotros, donde mereceríamos su favor, de forma que cuando fracasáramos, algo que sabía que sucedería, pudiésemos llegar a ver que no podíamos merecerlo. Resultando que él nunca quiso en realidad tener una relación condicional con nosotros aunque tuvo que hacernos creer que sí.

2 Ver por ejemplo Isaías, 1 y 66 y Oseas 4-14 donde Dios se queja sobre los sacrificios que le ofrecen para pacificarlo como si fuera un ídolo.

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