La visibilidad invisible

Este artículo apareció publicado por primera vez en “From the President” en el GCI Weekly Update del 6 Febrero de 2015

joeandtammyTkach

Encuentro gracioso cuando las personas exclaman: “Si no puedo verlo, no lo creeré”. A menudo lo escucho cuando las personas expresan duda sobre la existencia de Dios o que incluya a todas las personas en su gracia y misericordia. Tratando de no ofender señalo que no vemos el magnetismo o la electricidad, sin embargo sabemos que existen por sus efectos. Lo mismo es verdad del viento, la gravedad, el sonido e incluso el pensamiento. En todas esas formas experimentamos lo que se llama “conocer sin imagen”. Me gusta referirme a tal conocimiento como la visibilidad invisible.

Durante muchos años podíamos solo especular sobre lo que había en los cielos, confiando en lo que veíamos a simple vista. Hoy, con la ayuda de telescopios, como el Hubble, vemos y sabemos mucho más. Lo que para nosotros era una vez “invisible”, ahora es visible. Sin embargo. no todo lo que existe es visible. La materia oscura no emite luz o calor, es invisible a nuestros telescopios. Pero los científicos saben que la material oscura existe porque han detectado sus efectos gravitacionales. Un quark es una pequeñísima partícula teórica que forma los protones y neutrones en el núcleo de los átomos. Junto con los gluones, los quarks también forman hadrones más exóticos como los mesones. Aunque ninguna de estas partículas subatómicas han sido observadas, los científicos han detectado sus efectos.

outerspace

No hay microscopio o telescopio con el que pueda verse a Dios, porque la Escritura nos dice: “A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, quien es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer” (Juan 1:18). No hay forma de “demostrar” la existencia de Dios usando instrumentos físicos. Sin embargo, creemos que Dios existe porque hemos experimentado los efectos de su amor continuo e incondicional. Ese amor, por supuesto, es revelado más personal, intensa y concretamente en Jesucristo. En Jesús vemos lo que sus apóstoles concluyeron: Dios es Amor, que en sí mismo no puede verse, es la naturaleza, la motivación y el propósito de Dios. Como lo dijo T. F. Torrance: “El rebosamiento constante e incesante del amor de Dios, que no tiene otra razón para su movimiento que el Amor que Dios es, es por lo tanto [derramado] totalmente sin hacer acepción de personas y sin tener en cuenta sus reacciones” (Christian Theology and Scientific Culture, – Teología Cristiana y Cultura Científica, Pág. 84). Dios ama por causa de quién es, no por lo que nosotros somos o lo que hacemos. Y ese amor se nos muestra en la gracia de Dios.

Aunque no podemos explicar totalmente lo invisible, como el amor o la gracia, sabemos que existen a causa de lo que vemos parcialmente. Nota que uso la palabra parcialmente. No queremos caer en la trampa de suponer que lo visible explica lo invisible. T. F. Torrance, que estudió teología y ciencia, postula ser verdad lo opuesto: lo invisible explica lo visible. Para explicar su punto usa la parábola de los obreros de la viña (Mateo 20:1-16), donde el señor de la viña contrata a trabajadores a lo largo del día para trabajar en sus campos. Al final del día cada trabajador recibe el mismo salario, aunque algunos trabajaron duro todo el día y otros solamente un par de horas. Esto parece injusto a la mayoría de los trabajadores. ¿Cómo podría ser que alguien que trabaje solo una hora reciba el mismo salario que alguien que lo haga todo el día?

Torrance señala que los exegetas fundamentalistas y liberales pasan por alto la enseñanza más importante de la parábola de Jesús, que no trata sobre salarios y justicia, sino sobre la gracia de Dios, que es incondicional, generosa y poderosamente transformadora. Esta gracia no está basada en cuanto tiempo hemos trabajado, cuanto tiempo hemos creído, cuanto hemos estudiado o cuán obedientes hemos sido. La gracia de Dios se basa totalmente en quién es él. Al dar esta parábola Jesús hace “visible” lo “invisible” de la naturaleza del Dios de gracia, que ve y hace las cosas de una forma bastante diferente a como las hacemos nosotros. El reino de Dios no trata de cuanto ganamos, trata de la ilimitada generosidad de Dios.

La parábola de Jesús nos dice que Dios ofrece su gracia maravillosa a todos. Y aunque a todos se les ofrece el don en la misma medida, algunos eligen vivir en la realidad de ese don antes, y así tienen la oportunidad de disfrutarlo más tiempo que aquellos que no han tomado esa decisión. El don de la gracia es el mismo para todos; lo que cada persona hace con el mismo varia enormemente. Es cuando vivimos en la gracia que aquello que ha sido invisible se hace visible para nosotros.

La invisibilidad de la gracia de Dios no la hace menos real. Dios se dio a nosotros, en persona, para que podamos conocerlo y amarlo, de forma que podamos sentir su perdón y entrar en relación con él como Padre, Hijo y Espíritu. Vivimos por fe y no por vista. Hemos experimentado su voluntad en nuestras vidas, en nuestros pensamientos y en nuestras acciones. Sabemos que Dios es amor porque en Jesucristo conocemos quien es él, quien “lo ha dado a conocer” (Juan 1:18). Sentimos el poder de la gracia de Dios a medida que venimos a conocer que su propósito es perdonarnos y amarnos; darnos el maravilloso don de su gracia. Como dijo Pablo: “pues Dios es quien produce en vosotros tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad” (Filipenses 2:13).

Viviendo en su gracia,

Joseph Tkach


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