Cartas a los lectores

Madrid, 6 de marzo de 2024

Estimados amigos, queridos y fieles hermanos en Cristo, colaboradores, y lectores de Verdad y Vida:

Junto con el pequeño pero fiel equipo de voluntarios que, con la imprescindible, incondicional y generosa ayuda de Dios, hace posible Verdad y Vida, nuestra página Web, www.comuniondelagracia.es, que ya ha recibido más de 139.400 visitas, y todos los demás aspectos del ministerio de la Comunión Internacional de la Gracia (CIG), mi esposa y yo deseamos y pedimos que estéis bien de salud, con buen ánimo, y “que el Dios de la esperanza os llene de toda alegría y paz a vosotros que creéis en él, para que reboséis de esperanza por el poder del Espíritu Santo(Romanos 15.13).

Gracias a las misericordias sanadoras de Dios, los resultados del ensayo clínico de inmunoterapia, en el que estoy participando, están empezando a mostrarse prometedores. Gracias a Dios, y a vuestras oraciones, no se han generado nuevos focos de metástasis, durante el tiempo que he estado sin tratamiento, después de que la Enzalutamida dejara de ser eficaz en la lucha contra el cáncer de próstata con múltiples metástasis óseas, y por tanto inoperable, que me fue diagnosticado hace ahora algo más de seis años. Una vez más, ¡muchas gracias!

Estamos a pocas semanas del tiempo en el que los cristianos, alrededor de la tierra, celebran la pasión, muerte y resurrección de nuestro Salvador Jesucristo. En esta carta circular deseo que repasemos el pasaje del Evangelio en el que Jesús, una semana antes de la Pascua, subió a Jerusalén y entrando en el templo, al ver la irreverencia que se estaba llevando a cabo en sus atrios, lleno del santo celo de Dios, como fue profetizado en las Escrituras, hizo un látigo de cuerdas, dispersó a los cambistas y a los vendedores de animales y derribó sus mesas.

¿Qué es lo que hace que te hierva la sangre? ¿Es cuando alguien te corta el paso en el tráfico, o como yo digo, alguien que te corta el bigote? ¿O tal vez sea cuando eres víctima o testigo de una injusticia? ¿Qué es lo que te motiva la acción? ¿Qué es lo que te haría dar un paso al frente, incluso cuando sabes que la mayoría de las personas permanecerían en silencio, o no harían nada? Yo he mencionado en más de una ocasión que la injusticia me quema por dentro, ya sea que se haga en contra mía o en contra de otra persona. Porque el Dios que servimos es un Dios que es infinitamente justo, tanto que Jesús murió por todos los seres humanos y para que la justicia divina no se quebrantara. En ese pasaje Jesús muestra su justa ira. ¿Qué lo enoja y qué decide hacer al respeto. Y espero que veamos por qué es igualmente importante para nosotros ser conmovidos en nuestra mente, espíritu y corazón como lo fue Jesús.

Jesús es nuestro cordero pascual. Fue inmolado por nosotros y por toda su creación, y es su sangre la que está siempre puesta sobre los dinteles de las puertas de nuestras mentes. Cuando aceptamos y recibimos su sacrificio en nuestro lugar, esa sangre está ahí, espiritualmente hablando, y es lo que nos salva de la ira de Dios. Esto es algo que a veces no pensamos; pero Dios siente una gran ira contra el pecado, porque el pecado es lo que destruye al ser humano y a la creación. No solo eso, Él fue el cordero que murió por todos nosotros. Él era la realidad de aquel cordero que sacrificaron los israelitas para señalar con su sangre los dinteles de sus puertas, para que el ángel de la muerte pasara sobre ellos y no los afectara. Así, que ya no somos esclavos del pecado y la muerte, sino que disfrutamos diariamente de la salvación en Cristo y participamos del pleno acceso al Padre a través de nuestro Salvador. Esta es la realidad espiritual de la Pascua del Nuevo Pacto en Cristo.

La Escritura nos dice: “Y en el templo halló a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, e instalados en sus mesas a los que cambiaban dinero. Entonces, haciendo un látigo de cuerdas, echó a todos del templo, juntamente con sus ovejas y sus bueyes; regó por el suelo las monedas de los que cambiaban dinero y de-rribó sus mesas. A los que vendían las palomas les dijo: ―¡Sacad esto de aquí! ¿Cómo os atrevéis a convertir la casa de mi Padre en un mercado? Sus discípulos se acordaron de que está escrito: «El celo por tu casa me consumirá»” (Juan 2:14-17). Jesús notó que todos cambistas, los comerciantes de animales, así como todos los animales para los sacrificios y las ofrendas se agolpaban en lo atrios del Templo. Los animales se vendían a precios exorbitantes, lo que hacía que los comerciantes se volvieran aún más codiciosos. Los cambistas obtenían considerables beneficios suministrando monedas judías como el siclo, el kalbon, el Prutah, el leptón o mite, las únicas que podían ofrecerse en el servicio del Templo, a cambio del dinero romano, griego y de otras procedencias. La presencia del Señor se hizo notar, su mente ardía con la pasión del celo por el honor de su Padre. La conciencia de los irreverentes avariciosos e injustos quedó al descubierto por el contraste entre el santo celo de Jesús y el avaricioso trueque de los cambistas y vendedores. Los judíos piadosos que venían de la diáspora, de Roma, de Babilonia, de Capadocia, de Egipto, de Frigia de Candace, etc., no podían traer desde tan lejos sus bueyes y ovejas para los sacrificios. Sacrificar era símbolo de recibir el perdón de Dios, y tenían que hacerlo porque así Él les había ordenado que lo hicieran. Podrían haber puesto los negocios fuera del templo, pero quizás los pusieron dentro del mismo, con la connivencia de los sacerdotes y los levitas, para así dar a entender a los fieles que tenían el respaldo de Dios en su forma de proceder.

La avaricia de los cambistas, el engaño de los que vendía los animales, a veces con defectos, sordos, ciegos o cojos. Fue eso lo que indignó a Jesús para que reaccionara en la forma que lo hizo. ¿Era eso lo que le dedicaban a Dios? ¿Era ese el concepto que tenían de Él? ¿Alguien a quién se le podía engañar fácilmente? El olor era desagradable en gran manera. La sangre de los becerros, los corderos y las palomas, junto con los orines y las defecaciones de los animales antes de morir. Todo eso podemos decir que simbolizaba nuestro pecado maloliente y nuestras supuestas bondades.

¿Tiene que ver esto algo con nosotros? Sí, en gran manera. Nosotros somos el templo de Dios, en el cual Él habita. ¿No debe ser igual de importante para nosotros ser conmovidos cómo, y por lo que lo fue Jesús? ¿No tendremos que sentir la justa ira de Dios en contra de nuestro pecado, igual que Cristo se airó justamente al ver que el Templo, que era la casa de oración de su Padre, se había convertido en una cueva de ladrones? Cuando nosotros, dejándonos llevar por nuestra humana debilidad, por el enemigo, o por lo que sea, nos vemos en pensamientos de pecado, es ahí donde creo que debemos de sensibilizarnos para que no llegue el pecado. El lugar más santo de nuestro ser, en el templo de Dios que somos, es nuestra mente. Y es ahí donde nace el pecado, donde empieza y está la génesis del mismo; en nuestras mentes. Con la ayuda del Espíritu Santo tenemos que hacer todo lo posible para aislar y echar fuera esos pensamientos. Y no hay nada que no ayude más que manifestar la justa ira de Dios contra aquellos pensamientos que nos pueden llevar a pecar. El apóstol Santiago nos dice: “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. ¡Pecadores, limpiaos las manos! ¡Vosotros los inconstantes, purificad vuestro corazón!” (Santiago 4:8). El apóstol Pablo nos insta a: “Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17), a estar en continua adoración y oración. Como seres humanos podemos decir: “Eso es imposible Pablo”. Pero eso no es verdad. Yo estoy haciendo la revista y, de vez en cuando, puedo estar dándole gracias a Dios diciendo: “Gracias Señor porque nos has ayudado, durante cerca de veintiocho años, a poder hacer Verdad y Vida. Y a mí me has permitido ya más de seis años seguir haciéndola, a pesar de mi enfermedad, para que llegue a personas que la puedan leer. ¡Gracias Señor!”. Da gracias a Dios por poder estar haciendo el puchero. “Gracias Señor, porque tengo el tocino, los garbanzos y el hueso para poder hacerlo”. Hermanos, estar en esta actitud es algo que nos va a ayudar a tener nuestra mente en la santidad que Dios espera de sus hijos, a aislar el pecado y a no darle cabida en nuestras mentes ni siquiera a la génesis del mismo.

¿Cuál es el celo que tienes por el templo de Dios, que eres tú? Vamos a poner barreras de santidad, no de aislamiento, sino de santidad, de comunión y de relación con Dios. Porque si el templo de Dios, que es nuestro ser, nuestro cuerpo, empezando por nuestra mente, se llena de la santidad de Dios hermanos, no correremos ningún peligro y seremos fieles testigos del amor, la misericordia y la bondad, y tendremos una mano extendida siempre para todos aquellos que vemos en necesidad de experimentar el amor de Dios en sus vidas. Somos el templo de Dios y Él quiere que su templo sea santo. Ese es el listón que Dios nos ha puesto. Mientras estemos en esta vida nunca vamos a poder llegar a él, pero por la gracia de Dios en Jesucristo, siempre estamos ahí, si aceptamos y recibimos, por fe, lo que Dios nos ha dado por medio de la muerte y resurrección de Jesucristo. ¿Cómo está nuestra generosidad, o es la avaricia la que nos mueve como movía a los cambistas y a los vendedores de animales para los sacrificios? Verdad y Vida se sostiene por la generosidad de un pequeño grupito de colaboradores, por desgracia cada día más pequeño, pero que agradecemos de todo corazón.

El pequeño equipo de voluntarios directos en la realización de Verdad y Vida, y en el ministerio de la CIG, mi familia y yo deseamos y pedimos que celebréis con alegría, paz, profunda gratitud y generosidad la pasión, muerte y resurrección de nuestro Salvador Jesucristo.

Pedro Rufián Mesa
Director-Editor de Verdad y Vida


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