Esperanza a pesar del mal
Publicado originalmente por GCI Weekly Update el 18 de Noviembre de 2015 en From the President
El pasado viernes, 13 de Noviembre fueron necesarios solo ocho o nueve hombres armados para aterrorizar París y alarmar a todo el mundo occidental, atizar el debate sobre el terrorismo global y la creciente crisis de los refugiados. Aunque el mal está presente siempre en nuestro mundo, y parece crecer más cada día, tenemos esperanza sabiendo que vendrá el día cuando Jesús haya dado fin a todos los restos del mal. Pido que ese día llegue pronto, y estoy seguro que tú también. También agradezco a Dios, que como me ha informado Jean Philippe and Marie Angelique, ninguno de nuestros miembros en Francia fueron directamente afectados. Nuestros pensamientos y oraciones están con los heridos y con todos los que lloran la muerte de sus seres queridos.
Cuando ocurren hechos terribles como los ataques en París, me recuerdo a mi mismo que la plenitud del reino de Dios tiene que venir todavía. También recuerdo que tenemos la bendición de experimentar el reino de Dios ahora en nuestra relación con Cristo, por el Espíritu, bajo la gracia de Dios. Pero soy también consciente de que vivimos como extranjeros en un mundo arruinado donde la plenitud del reino no se ve todavía. Como el apóstol Pablo nos dice, vivimos en el presente siglo malo mientras esperamos el venidero (Gálatas 1:4; Efesios 1:21).
Puede ser desconcertante, incluso desalentador saber que antes de que experimentemos totalmente esa nueva era, debemos seguir en este tiempo de maldad con el sufrimiento que trae. Pero somos reconfortados sabiendo que sucesos como los de París no están fuera del amor de Dios por nosotros. Aunque hacemos frente a sucesos que no comprendemos, tenemos fe y esperanza sabiendo que Dios está totalmente presente y está sufriendo con nosotros. Sabemos esto porque él demostró su voluntad de sufrir el mal y soportar su dolor en nuestro beneficio. Sí, nos entristecemos y oramos, pero no como los que no tienen esperanza (1 Tesalonicenses 4:13).
Los filósofos y los teólogos se han enfrentado al problema del mal durante siglos, esforzándose por definir su naturaleza y carácter, así como explicar por qué continúa el mal. Han surgido una gran variedad de explicaciones. Los budistas dicen que el mal no es algo que exista; que es una ilusión (maya). Algunos ateos dicen que el mal es el resultado natural de un universo sin diseño o un diseñador. Esto es lo que el ateísta Richard Dawkins escribió:
En un universo de fuerzas físicas ciegas y replicación genética, algunas personas van a sufrir daño, y otras van a tener suerte; y no encontrarás ningún ritmo o razón para ello, ni ninguna justicia. El universo que observamos tiene precisamente las propiedades que debemos de esperar si no hay diseño, ni propósito, ni mal ni bien. Nada sino la indiferencia ciega y ruda, el ADN no lo sabe ni le importa. El ADN solo es, y nosotros bailamos con su música (Out of Eden–Fuera del Edén Pág. 133).
Esta explicación atea no es convincente, especialmente ya que a muchos de nosotros nos han sucedido suficientes cosas malas en nuestras vidas como para no estar convencidos de que el mal es real y no debería de serlo. Aunque el mal es regular, y por lo tanto “ordinario”, no es, en ese sentido, necesariamente natural. La proclamación del naturalismo de que “lo que es, es” no sirve como una explicación de porqué sentimos lo que es, o no debe ser.
Los estoicos enseñaban que el mal es la corrupción de la razón y que simplemente debía de soportarse. Defendían la indiferencia ante el dolor, el placer, la tristeza y la alegría. Esta perspectiva de la vida rígida de “acéptalo y aguanta” puede sonar virtuosa, pero rápidamente se queda vacía cuando un niño inocente es secuestrado o eres acusado falsamente de hacer mal. Ignorar el mal no es una forma de reconocer el mal del mal, y en realidad lidiar con el mal no es una tarea pequeña. Como C.S. Lewis escribió en El Problema del Dolor: “Trata de excluir la posibilidad del sufrimiento que conlleva el orden de la naturaleza y la existencia del libre albedrío, y encontrarás que has excluido la vida misma”.
El mal existe porque Dios lo permite y le da a la humanidad la posibilidad de elección. Como elegimos usar nuestras voluntades es horrible a veces, ya que algunos usan mal sus voluntades para promover el mal. Vemos esto cada vez que hay un ataque terrorista, incluyendo a los recientes en París o Malí. Dios nos da el poder de elegir, de actuar. Podemos usar nuestras voluntades para hacer algún bien o algún mal. Pero hay un límite estricto en lo que podemos hacer. Lo que no podemos hacer es el bien o el mal absolutos. Tanto nuestros buenos como nuestros malos hechos son parciales, provisionales y temporales. No podemos y no actuamos como solo Dios puede hacerlo. No definimos la realidad, o el bien o el mal. Actuamos dentro de los límites, aunque esos límites siempre parecen ser demasiado amplios cuando ocurren grandes males. Pero el hecho de que no podamos hacer el bien o el mal absolutos no significa que no hay un bien absoluto que puede y conquistará todo el mal, que es, al final, no absoluto, sino relativo a la bondad y el poder de Dios. Afortunadamente conocemos a Dios en Jesucristo, quien es el bien absoluto, y que conquistó absolutamente el mal para que el mal no tenga futuro.
A pesar de esta comprensión, nos preguntamos todavía, ¿por qué Dios no detiene absolutamente todo el mal ahora? Un buen número de teólogos y filósofos han tratado de contestar de esta forma: Trata de imaginar un mundo donde Dios interviniera para impedir que ocurran conductas irresponsables y negligentes. No habría actividad criminal, ni accidentes ni desastres naturales. Suena bien, ¿no es así? Sí, hasta que nos diéramos cuenta de que tal mundo eliminaría el libre albedrío y la voluntad humana. Cuando quiera que Dios viese que algo malo empezaba a ocurrir intervendría y suspendería o modificaría nuestras voluntades. Esto llevaría a un mundo sin significado moral, porque cada vez que empezara a levantar su fea cabeza una acción mala, la voluntad humana sería vencida por una fuerza externa y la deliberación para discernir y elegir el bien dejaría de tener significado moral. En un mundo así no habría diferencia practica entre una acción buena o mala. En otras palabras, no estaríamos viviendo como personas humanas que podríamos imitar a nuestro creador Dios en elegir y querer el bien. Nos convertiríamos, en efecto, en seres no morales, como los animales o los robots.
Así que, ¿qué hacemos con el mal? Una explicación Cristiana común es combatirlo y conquistarlo nosotros mismos con los medios que tengamos a mano. Pero esta perspectiva de “apaga el fuego con fuego” tiene un gran problema: puede ser un tropiezo para creer en Dios. Le concede demasiado al mal, tan malo como el mal es, y no suficiente a lo que Dios ha hecho, está hacienda y hará a través de su y nuestro hacer bien. Lo que Pablo nos dice en Romanos 12:21 es que como hijos de Dios, en lugar de ser vencidos por el mal, tenemos que “vencer con el bien el mal”.
No es raro para aquellos golpeados por la tragedia cuestionarse su fe, o incluso abandonarla cuanto confrontan el dolor que el mal trae. En esas situaciones puede parecer que el mal es tan real, o más real, que Dios y su bondad. Si tratamos de combatir el mal y conquistarlo por la simple fuerza de nuestra capacidad, “apagando el fuego con el fuego”, nos perdemos en nuestros propios esfuerzos y podemos descender rápidamente en espiral por el camino de la duda, creyendo que el mal tiene el mismo estatus o más grande que el bien. También podemos ser tentados a creer que el bien no puede vencer el mal, ¡ni incluso el bien de Dios! Al contrario, cuando nos centramos en la soberanía de Dios como se mostró en Jesucristo durante un tiempo de maldad, en medio del dolor y la tristeza, podemos experimentar su consuelo en la verdad de que él está con nosotros en medio de nuestro sufrimiento, y que el mal no tiene futuro.
Por supuesto, cuando sufrimos como resultado del mal, nos puede parecer que Dios se ha alejado, aislado del mal que confrontamos, o que no está involucrado en nuestra situación, pero la verdad es lo contrario: Dios está siempre con nosotros. Como Phillip Yancey escribió en Disappointment with God-Desilusionado con Dios: “Todos los sentimientos de desilusión con Dios se remontan a una ruptura en esa relación”. La ruptura siempre ocurre en el lado humano al ser desafiados a tener fe en Dios, a confiar que el es bueno y puede y ha vencido el mal. Esa confianza en Dios nos da esperanza y con ella podemos actuar aquí y ahora basados en la verdad de la continua presencia de Dios que nos acompaña en nuestro sufrimiento.
Para mostrar su disposición a unirse a nosotros en nuestro sufrimiento, el Hijo eterno de Dios vino en al carne como Jesús y habitó con nosotros. Y aunque fue rechazado por muchos, Jesús hizo expiación por todos a través de su vida, muerte, resurrección y ascensión. Lo que Jesús ha hecho por nosotros muestra claramente que Dios se preocupa por nosotros y está con nosotros ahora en nuestro sufrimiento, y un día, en triunfo, traerá la plenitud de su reino donde no habrá más mal y el sufrimiento que causa. El deseo de Dios es estar en una relación amorosa con cada uno de nosotros, viviendo en nosotros, experimentando nuestros sufrimientos y alegrías con nosotros, cambiándonos de dentro a afuera. Podemos encontrarnos y conocer a Jesús en el sufrimiento y en la esperanza.
Junto con su misión de cambiarnos de dentro a afuera, Jesús actúa para cambiar el mundo también. Sí, hay mal en esta era presente, pero vivimos aquí no en temor y desesperanza sino con esperanza y confianza, sabiendo que “mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo“(1 Juan 4:4). Sin duda, un artículo como este no puede contestarlo todo sobre el mal y el sufrimiento, pero espero que os traiga algún consuelo al recordar que, en un día y una hora que ningún ser humano conoce, Jesús pondrá fin al sin sentido actual que no debiera ser.
Mientras esperamos esa bendita esperanza, unámonos en oración pidiendo que llegue el tiempo cuando no haya más terrorismo, ni víctimas del cáncer, ni más asesinatos, ni más lágrimas o tristeza. Ahora mismo la vida no es justa, pero Dios sí como claramente vemos en toda la vida de Jesús. Él no permite nada que no pueda redimir. Justo y amoroso ha hecho provisión justa para todos por medio de su vida, muerte, resurrección y ascensión. En Jesús vemos que Dios no se complace en nuestro sufrimiento y que ha actuado decisivamente para acabar con él. Puede que no veamos claramente este fin ahora, pero sin duda lo veremos y lo experimentaremos en plenitud en la eternidad.
Queridos hermanas y hermanos tengamos ánimo, Dios es fiel. Él acabará lo que ha empezado.
Maranatha! Ven pronto, Señor Jesús,
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