La naturaleza de la gracia Parte 2: Nuestra respuesta

 

Gary Dedo

                                                                              por Doctor Gary Deddo

En la primera parte consideramos la naturaleza de la gracia y vimos que es una expression del propio ser de Dios como lo vemos en Jesucristo. Ahora vamos a considerar la connexion entre la gracia y la obediencia, que es nuestra respuesta a la bondad de Dios gratuitamente dada.

¿Porqué la ley o cualquier otro mandamiento?

Dado lo que hemos visto sobre la gracia, entonces ¿cómo consideramos la Ley del Antiguo Testamento y la obediencia cristiana bajo el Nuevo Pacto? Si recordamos que el pacto de Dios es una promesa unilateral la respuesta vendrá a su lugar más fácilmente. Una promesa mueve a una respuesta de aquel a quien se le hace. Sin embargo, el cumplimiento de la promesa no depende de esa respuesta 3.

Hay dos opciones aquí: confiar, tener fe o cree, en la promesa o no. La Ley de Moisés, la Torah describía para Israel mucho de lo que confiar en el pacto de Dios debía ser durante su precumplimiento, anterior a Jesucristo. Dios dadivosamente proveyó para Israel camino para vivir dentro de su pacto, como fue expresado en el Antiguo Pacto. La Ley de Moisés también describe formas de no ser files a las promesas del pacto de Dios con Israel. Pero lo que la Torah no hizo fue prescribir como Israel podría ganarse el favor y la bendición de Dios. Su propósito no era definir como conseguir que Dios hiciera una promesa y luego como mantenerlo fiel a ella.

 La Torah fue gratuitamente dada por Dios a Israel. Su intención fue ayudar a Israel. Pablo la llama un “ayo” (Gálatas 3:24-25). Y debería considerarse como un buen don de la gracia de Dios a Israel. La ley es dada dentro y bajo el Antiguo pacto, que fue un pacto de gracia en su fase como promesa, a la espera de ser cumplida en Cristo dentro del Nuevo Pacto. Su propósito fue servir el pacto de Dios dado gratuitamente para bendecir a Israel y hacerla un canal de bendición para todas las naciones.

Biblia hombre leyendo la Dios, permaneciendo fiel a sí mismo, desea la misma clase de relación no contractual con aquellos que viven dentro del Nuevo Pacto cumplido en Jesucristo. Él nos extiende gratuitamente todas las bendiciones de su vida, muerte, resurrección y ascensión expiatorias y reconciliadoras. Se nos ofrecen todos los beneficios de su reino venidero. Y más aún, se nos ofrece la bendición de ser habitados por su Espíritu Santo. Pero el ofrecimiento de estos dones de la gracia del Nuevo Pacto llaman a una respuesta: la misma clase de respuesta que Israel debía dar: fe, confiar. Pero bajo el Nuevo Pacto confiamos en el cumplimiento del pacto de Dios en lugar de en su promesa.

¿Qué diferencia hace la respuesta a la gracia? Es al contestar a esta pregunta que surge a menudo la confusión. Si vamos a beneficiarnos de la promesa tenemos que vivir basados en la confianza en ella. Esto es lo que quiere decir por “vivir por fe”. Vemos ejemplificada la vida fiel por los “santos” del Antiguo Testamento en Hebreos 11. Sí, hay consecuencias por no vivir confiando en el pacto prometido o en el pacto cumplido. La desconfianza en el pacto y en el Dios del mismo lo limita severamente a uno para experimentar los beneficios del pacto. La desconfianza de Israel lo cortó de la fuente de su vida, de su sustancia, de su salud y crecimiento. La desconfianza bloqueó su relación con Dios hasta el punto de ser incapaz de recibir algo de Dios. Y Dios no quería eso, porque él ¡es dadivoso! Por ello en las Escrituras encontramos advertencias estrictas describiendo la consecuencias directas de vivir en formas que niegan la fidelidad de Dios a su promesa, impidiendo así que su pueblo reciba la gracia de Dios gratuitamente dada. En lugar de bendiciones, lo que su pueblo infiel recibe es referido a veces como “maldiciones”.

 Pero incluso tales advertencias dadas a su pueblo pueden considerarse como dones de la gracia de Dios. Si Dios no se preocupara de Israel y cancelara su pacto ante el primer fallo, no habría razón para advertirle en forma alguna. La dejaría irse, y eso es todo. Pero una de las consecuencias de vivir como si no fueras parte del pacto, no es deshacerlo, ni anularlo, y no hacer que Dios cambie su mente y se retracte de su promesa. Dios nos puede ser tentado a ser infiel a su promesa.

El pacto de Dios, nos dice Pablo, es irrevocable. ¿Porqué? Porque Dios es fiel y guardará su pacto incluso cuando le cueste lo indecible. Dios nunca negará su palabra; no puede se forzado a actuar en contra de su creación o su pueblo. Incluso en nuestra desconfianza de la promesa no podemos hacer que Dios se mienta a sí mismo. Esto es lo que significa que Dios hace las cosas “por amor de su nombre”.

La desobediencia de Israel resultó en malas, incluso terribles consecuencias. Pero todo eso ocurrió dentro del pacto, bajo la gracia de Dios. Bajo el Antiguo Pacto, Dios nunca abandonó a Israel, nunca se echo atrás en sus promesas del pacto. De vez en cuando Dios renovó su pacto con Israel, dirigiéndolo siempre al cumplimiento en Jesucristo. Y es lo mismo bajo el Nuevo Pacto. Todas las instrucciones y mandamientos que encontramos allí tienen la intención de que los obedezcamos por fe en la bondad y gracia de Dios gratuitamente dadas. Esa gracia alcanza su punto más alto en la entrega y revelación propia de Dios   en Jesús. Para ser gozados, los buenos dones de Dios deben recibirse, no ser rechazados o ignorados. Los imperativos (mandamientos) que se encuentran en el Nuevo Testamento describen a qué es semejante la vida de su pueblo después de recibir o confiar en la gracia de Dios, después del establecimiento del Nuevo Pacto.

¿De dónde viene la obediencia?

¿Qué motiva la obediencia? Surge de confiar en la fidelidad de la promesa de Dios cumplida en Jesucristo. La única obediencia en la que Dios está interesado es en la obediencia a la fe, fe en la constancia de Dios, en la fidelidad de Dios a su Palabra, en la fidelidad a sí mismo (Romanos 1:5; 16:26). La obediencia nunca fue y nunca es un intento de cumplir las condiciones apra conseguir que Dios sea fiel, para hacer más probable que Dios sea bueno, para conseguir que Dios sea gratuitamente dadivoso. La obediencia es nuestra respuesta a la gracia. Pablo es claro en esto, especialmente cuando nos dice que el fallo de Israel no fue que no cumplió ciertas condiciones legales de la Torah, sino que no la “buscaron mediante la fe sino mediante las obras, como si fuera posible alcanzarla así” (Romanos 9:32). Pablo, un observante de la ley fariseo, llegó a darse cuenta de la sorprendente verdad de que Dios nunca quiso que buscara una justicia por sí mismo, por medio de guardar la ley. ¿Qué bondad sería esa, incluso si fuera posible alcanzarla, que no es, comparada con la justicia que Dios tenía en mente darle por gracia? ¿Comparada a participar en la propia justicia de Dios dada en Cristo? ¡Sería basura o peor aún!

Dios siempre tuvo la intención de compartir su propia justicia con su pueblo como un don de gracia. ¿Por qué? ¡Porque Dios es dadivoso! (Filipenses 3:8-9). ¿Cómo recibimos este don dado gratuitamente? Confiando en Dios por él, teniendo fe en su promesa para dárnoslo. Tratar de trabajar por o ganar ese don, tratando de cumplir ciertas condiciones legales, conformándonos a obligaciones específicas para ganar las bendiciones de Dios, en realidad indica desconfianza. Indica falta de confianza en la gracia de Dios dada gratuitamente.

La obediencia que Dios está buscando está motivada por la fe, la esperanza y el amor a Dios. La llamada a la obediencia descrita para nosotros a lo largo de las Escrituras, los mandamientos que se encuentran en el Antiguo y en el Nuevo Pacto son de gracia. No son condiciones para la gracia. Si creemos en las promesas de Dios y confiamos en su cumplimiento en Cristo y luego en nosotros, querremos vivir en, bajo y por esas promesas, sabiendo que son verdad y dignas de confianza. Si no estamos viviendo en una forma que exprese confianza en la gracia de Dios, ser bueno con nosotros, incluso cuando no lo merecemos, entonces no estamos confiando ¡realmente en la gracia de Dios!

La vida obediente es una vida de confianza. Una vida desobediente es una que no está confiando o quizás no quiere todavía lo que está prometido. Solo la obediencia que surge de la fe, la esperanza y el amor le da a Dios gloria, porque solo esa clase de obediencia da testimonio de la verdad de quien es Dios realmente, como nos ha sido revelado en Jesucristo.

Dios continuará siendo gracioso con nosotros ya sea que recibamos o resistamos su gracia. Por supuesto, parte de su gracia seré ¡resistir a nuestra resistencia a su gracia! Esa es la naturaleza de la ira de Dios, ya que él dice “No” a nuestro “No” a él para reafirmar su “Sí” a nosotros en Cristo (2 Corintios 1:19). Y el “No” de Dios es tan fuerte como su “Sí”, porque es una expresión de su “Sí”. Aquellos que resisten la gracia de Dios no experimentarán los beneficios de vivir por fe. Sin embargo, por esa incredulidad, ellos no detendrán a Dios de ser verdadero a sí mismo, de ser el Dios generoso que él es.

 ¡La gracia no hace excepciones!

Es importante que nos demos cuenta de que Dios no hace excepciones a sus buenos propósitos y santas intenciones para su pueblo. Porque Dios es fiel, no nos abandonará. Al contrario, nos ama hasta la perfección, la perfección de su Hijo. La intención de Dios es glorificarnos de forma que confiemos perfectamente y lo amemos con todo lo que somos y tenemos. Eso significa que nuestros corazones desconfiados serán dejados atrás para que nuestras vidas reflejen perfectamente nuestra confianza en la bondad de Dios dada gratuitamente. El amor perfecto de Dios nos amará hasta la plenitud, justificándonos, santificándonos y finalmente glorificándonos. “Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en vosotros la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús” (Filipenses 1:6).

¿Será Dios tan dadivoso como para al final dejarnos menos que plenos? ¿Qué sucedería si los cielos estuvieran llenos de individuos para lo que se hicieran excepciones, permitiendo una ausencia de fe aquí, un fallo de amor allí, un poco de inmisericordia aquí, alguna amargura y resentimiento allí, una pizca de celos aquí, y una mota de orgullo egoísta ahí? ¿A qué sería semejante? Bueno, sería justo como es aquí y ahora, pero ¡para siempre! ¿Sería Dios verdaderamente dadivoso si nos dejara en tal condición “excepcional” por toda la eternidad? No, no lo sería. Al final, la gracia de Dios no permite excepciones en su gobierno de gracia, en su gobierno de amor, en su amorosa voluntad soberana, porque de otra forma no sería dadivoso.

¿Qué podemos decir a aquellos que abusan de la gracia de Dios?

¿Cómo podemos contestar a esos que dicen que pueden hacer lo que les plazca ya que estamos bajo la gracia y no bajo la ley? Quizás podemos decirles que vivir una vida sin responder a la gracia de Dios, sin confiar en Él, es resistir la gracia de Dios. Quizás podamos ayudarles a comprender que tomar la gracia de Dios por garantizada, es no recibirla y aceptarla, y por lo tanto experimentar pocos de sus beneficios.

 A medida que discipulamos a las personas en el camino de Jesús, debemos de ayudarles a entender y a recibir la gracia de Dios, en lugar de incomprenderla y orgullosamente resistirla. Debemos de ayudarles a vivir en la gracia que Dios les está extendiendo ahora mismo. Ayudarles a conocer que, sin importar lo que hagan, Dios continuará siendo fiel a sí mismo y a sus buenos propósitos para con ellos. Debemos ayudarles a confiar que porque Dios los ama y es dadivoso en su propia naturaleza, carácter y propósito, resistirá cualquier resistencia a su gracia, de forma que un día todos podamos recibir y vivir totalmente por la misma, y por ello gustosa y alegremente tomar las “obligaciones” de vivir en ella, sabiendo el privilegio que es ser un hijo de Dios con Jesucristo como nuestro hermano mayor.

 3 La idea de una herencia trasmite la misma suerte de comprensión. El acto de otorgar una herencia no depende de su recepción. Es dada y por lo tanto se posee en cierta forma, incluso antes de ser recibida. Se encuentra en las prácticas de Israel, la idea de una herencia se usa también para hablar de las bendiciones definitivas de Dios en numerosos puntos claves en el Nuevo Testamento. Ver Gálatas 3:18; Efesios 1:11; Colosenses 3:24; Hebreos 9:15.

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