LA PAZ: EL REGALO DE DIOS EN CRISTO


El anuncio de los ángeles de la venida del Hijo en la carne no puede ser más contundentePero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor  (El Mesías, el Ungido de Dios). Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:10-14).

“¡Gloria a Dios en las Alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”.

¿Por qué tenía que traernos paz?

Dios creó al ser humano para que tuviese relación con él, pero el ser humano no quiere saber nada con su Creador y le da la espalda a Dios. Esa situación llevó a que el ser humano fuese cortado de Dios: “Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”(Génesis 3:24).

A excepción de unos pocos profetas y siervos, el ser humano no tenía acceso a Dios. El Antiguo Testamento es un tiempo de preparación para la venida del Salvador y para demostrar que es imposible para el ser humano andar en la paz por sí mismo.

En el cumplimiento del tiempo Dios envió a su Hijo como uno de nosotros para hacer por nosotros lo que no podíamos hacer por nosotros mismos: Saldar la deuda que contrajo el primer Adán y, por tanto todos sus descendientes, y llevarnos al Padre para que este nos acepte como sus hijos e hijas. ¡Cuán grande es el amor del Padre!

Así  lo recogió el apóstol Juan: “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; 14  Y aquel Verbo fue hecho carne,  y habitó entre nosotros  (y vimos su gloria,  gloria como del unigénito del Padre),  lleno de gracia y de verdad”(Jn. 1: 9-12, 14).“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Jn. 3:16-17).

En aquel niño indefenso y dependiente, siendo al mismo tiempo Dios y hombre, estaban nuestras esperanzas. Aquel niño que nació era la esperanza de este mundo. De pobres, de humildes, de ricos, de poderosos… de todos, sea cual sea su condición, religión o pensamiento, pues nos trajo un mundo nuevo fundado en el Amor, la Justicia y la Paz. Aquel niño que nació era, y es, la respuesta a las indagaciones más profundas del espíritu humano.

No hay otra religión o filosofía en la que el Creador se entregue por amor por su creación. El Verbo se humilló a la condición de un bebé que tuvo que ser limpiado de su pipí y se su caca por María, su madre en cuanto a la carne.

Dios Padre envió al Hijo para que se convirtiera en un hombre para actuar en favor del ser humano. Voluntaria y libremente condescendió dejando atrás los privilegios de su función divina, subordinándose al Padre, en lo que a menudo se refiere como “Su humillación”.

¿Se desvistió el Hijo de Dios de su deidad para convertirse en un hombre?

No, ya que el ángel que le reveló en sueños a José quién era el que María llevaba en su vientre le dijo que lo llamaría Emmanuel, como los profetas habían anunciado, que significa “Dios con nosotros”. El mismo Jesús pudo afirmar en Juan 10:30 “Yo y el Padre uno somos” en esencia como Dios.

¿Dejó Jesús su gloria divina?

No. La gloria de Dios está en la expresión de su carácter, y cuando la Palabra tomó carne, hemos leído que Juan nos dice en Juan 1:14 que “vimos su gloria como del unigénito del Padre”.

Jesús no se desvistió de su ser completo y esencial como Dios. Su acción de desvestirse, kenosis fue al mismo tiempo una expresión completa y total de plerosis, porque el apostol pablo nos dice en Colosenses 1:19, 2:9 que “en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”.

¿Qué hizo Dios en Jesús?

Jesús asumió voluntariamente la dependencia y la humildad del siervo para satisfacer las necesidades de la humanidad. Isaías había profetizado que el Mesías sería un siervo y que sufriría (Isaías 52:13, 53:3-12) en favor del ser humano.

Dios se vistió de carne humana en la Persona de Jesucristo. Juan dice que “el Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros” (Juan 1:14). El Hijo de Dios se convirtió en Dios-Hombre, Jesucristo. Una persona real que era Dios y hombre al mismo tiempo para que, por medio de él, Dios hiciese la paz con todos los hombres.  Juan también escribió en Juan 1:11 “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron”.

Una semana antes de ser entregado para morir por toda la humanidad, cuando entraba en Jerusalén montado sobre un pollino, les dijo a la multitud que lo aclamaba como líder político, pero no como Salvador, que les traería la paz con Dios: “¡Cómo quisiera que hoy supieras lo que te puede traer paz! Pero eso ahora está oculto a tus ojos. Te sobrevendrán días en que tus enemigos levantarán un muro y te rodearán, y te encerrarán por todos lados. Te derribarán a ti y a tus hijos dentro de tus murallas. No dejarán ni una piedra sobre otra, porque no reconociste el tiempo en que Dios vino a salvarte” (Lucas 19:42-43).

Ellos no sabían, cómo ni quién, les iba a traer la verdadera paz, pero el Apóstol Pedro después en el libro de Hechos declaró que había sido anunciado: “Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos” (Hechos 10:36). Jesús antes de ser entregado les dijo a los discípulos: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” en (Juan 14:27).

¿Cómo iba a darnos esa paz a todos los hombres como Señor de todos? Asumiendo nuestra condición de pecado y clavando al hombre viejo en la cruz, y así lo resumió Jesús: “Pero yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo”(Juan 12:32).

La revelación de Dios, en la Encarnación de su Hijo, muestra que Dios no había abandonado al ser humano. Por su gracia Dios nos mostró su amor en su decisión de darnos a su Hijo para que se convirtiera en un hombre y muriese por todos los seres humanos, echándose sobre sí las consecuencias del pecado de estos.

Lo que fue imposible para el primer Adán, el Segundo Adán, Jesucristo, lo llevó a cabo: Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados…Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante”(1 Cor. 15:22, 45). Y el apóstol Pablo deja claro que fue algo hecho por todos los seres humanosJustificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo…Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíosPues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida” (Romanos 5:1, 5, 17-18).

¿Cómo nos dio la paz con Dios? 

Hay dos escrituras que creo que nos explican claramente como Jesucristo hizo la paz con Dios en nuestro lugar, aquello para lo que había nacido, Una es Efesios 2.14-19 Porque él [Cristo] es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación,aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz,y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca;porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios”. La otra escritura, también mencionada por el apóstol Pablo está en 2 Corintios 5:17-19  De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación”.  

¿Por qué podía Cristo pagar por toda la humanidad y reconciliarnos con Dios?

Puede que alguien se haga alguna vez esa pregunta. La respuesta es que Cristo podía pagar por toda la humanidad y reconciliarnos con Dios porque Él fue Creador de todo: El [Cristo] es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten;y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia;por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz. Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliadoen su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él”(Colosenses 1:15-21).

No había otra forma de darnos la paz con Dios y mantener la justicia divina, excepto que el Dios hombre, Cristo, capaz de experimentar las consecuencias de la muerte, y capaz de perdonar pecados, asumiera la conjunción de la divinidad y la humanidad en su persona para redimir, sanar y restaurar a la raza humana. Como sabiamente concluyó el teólogo del siglo IV, Gregorio de Nizancio diciendo: “Lo que no es asumido no es sanado”.

El profeta Isaías nos dice claramente porque tuvo que ser así: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5). Solo Jesucristo, Dios y hombre, podía pagar lo que la justicia requería de cada uno de nosotros. La justicia que Cristo hizo posible, y que Dios nos adjudicó a nosotros, nos trajo la paz para con Dios: “Y el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre” (Isaías 32:17).

Pero esta forma de mostrarse y darse Dios en el Hijo por todos los seres humanos, por medio de la encarnación y la crucifixión de Jesucristo, es al mismo tiempo la piedra de tropiezo para el ser humano natural, que en su espíritu no ha conectado todavía con la realidad divina.

Un bebé inocuo en un pesebre, con ángeles etéreos, idílicos pastores y sabios indagadores pueden ser tolerados por el mundo que anda en su propia oscuridad todavía, si se reconocen como parte de una superstición cultural.

La muerte de un mártir en una cruz romana puede comprenderse y acomodarse en el ámbito del razonamiento natural, pero el ser humano natural pone objeciones a las implicaciones teológicas de la encarnación que afirman que Dios actuó sobrenaturalmente entrando en el contexto del espacio/tiempo del mundo en la forma de un hombre, porque la sofisticación del ser humano moderno científico niega la dimensión de la acción divina sobrenatural y milagrosa. Pero esa negación del ser humano natural a ver la realidad de que Dios lo ha redimido y ha hecho la paz por medio del Jesús, no invalida esa realidad: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo” (1 Timoteo 2:5-6).

Algunas personas no creyentes comentan que una cosa que les llama la atención de los creyentes es la paz que comunicaban. Esa es la paz de Cristo, “Shalón”, que en su plenitud significa mucho más que la ausencia de guerra, significa participar de la paz que irradia la comunión plena con Dios en su presencia, donde ya no hay lágrimas, ni muerte, ni llanto, ni clamor, ni necesidad alguna sin satisfacer. Esa es la plenitud de la paz de Dios a la que todavía miramos que experimentaremos cuando venga a hacer morada con el ser humano, ya glorificado, por medio de lo que Cristo ha hecho por nosotros: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida” (Apocalipsis 21:1-6).

Acojamos al Salvador en el establo de nuestra vida. Vivamos en su paz por el nuevo nacimiento en el Espíritu de Dios Encarnado. Vivamos la vida en la plenitud de su paz con la que todo el mundo ha sido agraciado ya, aunque sabemos que todavía muchos no la han aceptado y recibido, y permitamos que su paz en nosotros irradie su luz de Amor para que aquellos que viven todavía en tinieblas sigan viniendo a Él conforme el Espíritu Santo los mueva  a hacerlo.

Qué tu vida esté llena con la fe, la esperanza y el amor del Príncipe de la Paz.

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