Diseño Inteligente: ¿Qué es… y qué no es?

Qué es…y qué no es

Autor

por Dr. Jay Wesley Richard

Al menos que hayas estado escondido en una cueva, has tenido que oír hablar del “diseño inteligente” (DI) y de alguno de sus principales proponentes:

Stephen Meyer, Michael Behe, William Dembski.
Probablemente habrás escuchado la imprecisa versión de los medios de comunicación. A veces me pregunto si los periodistas no usan todos la misma base de datos en sus ordenadores.

El predecible titular: “El creacionismo evoluciona”. Una caricatura del debate sobre el mono en las clases estadounidenses de 1925.Teorías conspiratorias de fanáticos religiosos intentando meter la Biblia en las clases de ciencia como primer paso para el establecimiento de una teocracia. Luego sigue una cita, que supuestamente representa la opinión de todos los “científicos serios”, con la frase “evidencia aplastante” introducida con toda intención. La historia se escribe prácticamente sola, y posee esta virtud: ahorra al periodista la molestia de investigar que es la teoría del diseño en realidad.

Victoria o victorianismo
¿Qué es el DI realmente? El DI no es una deducción que proceda de un dogma religioso o de las escrituras. Es simplemente el argumento que sostiene que determinadas características del mundo natural, desde las mini máquinas y la información digital que se hallan en las células vivas, hasta las determinantes constantes físicas, se explican mejor como el resultado de una causa inteligente. El DI es así una reprimenda tácita de una idea heredada del siglo XIX llamada materialismo científico.

Mariposa monarca

La Ciencia Natural en la Era Victoriana, o más bien su lustre materialista, ofreció una visión radicalmente diferente del universo: (1) El universo siempre había existido, por lo que no tenían que explicar su origen.
(2) Todo en el universo estaba sometido a leyes determinantes. (3) La vida era el fruto de la suerte y de la química. Era esencialmente gotas de la “sopa biológica”.

A este edificio tambaleante Charles Darwin añadió una quinta conjetura: Todos los sofisticados organismos que nos rodean surgen de un proceso llamado selección natural: este proceso se lleva a cabo a lo largo de esas pequeñas y fortuitas variaciones en una especie que ofrece la ventaja de la supervivencia. Con esto, Darwin dio por explicado el aparente diseño en el mundo biológico como algo solo aparente.

Cada una de estas suposiciones del siglo XIX han caído o sido desacreditadas en el siglo XX, pero el lustre materialista persiste: Hay un dios, la materia, y la ciencia es su profeta. Se oculta tras su prima más modesta, la metodología naturalista. De acuerdo a ese conveniente dictado, los científicos pueden creer lo que quieran en sus vidas personales, pero deben apelar sólo a causas impersonales cuando explican la naturaleza. Por lo tanto, cualquiera que discute sobre propósito o diseño dentro de la ciencia (exceptuando generosamente a los fundadores de la ciencia moderna) deja de ser un científico.

El universo devuelve el golpe
Había un problema con ese dictado tácito. La naturaleza se olvidó de cooperar. El problema empezó en 1920 cuando el astrónomo Edwin Hubble descubrió que la luz de galaxias distantes “cambiaba al rojo”. Se estiraba durante su viaje.

Cuadro de texto

Eso sugirió que el universo se estaba expandiendo. Al considerar en sus mentes la reversión del proceso, los científicos se encontraron de repente frente a un universo que había tenido su inicio en el pasado finito. ¡Quién lo iba a decir!

El descubrimiento de Hubble, confirmado por la evidencia posterior, contradecía claramente la primera premisa de un cosmos eterno. El mismo universo reintrodujo la cuestión de su origen en una comunidad que había acordado evitar hacerse esa pregunta. Esto fue sólo el inicio. En la década de 1970, los físicos descubrieron que las constantes universales, por ejemplo la gravedad, el electromagnetismo etc., aparecían finamente sincronizadas para permitir la existencia de vida compleja.

Para el astrofísico ateo Fred Hoyle, este hecho sugería la obra de un
“superintelecto”. Más recientemente, la creciente evidencia en astronomía ha mostrado que, incluso en universo finamente sincronizado, docenas
de condiciones locales tienen que ser las correctas para permitir que un planeta pueda ser habitable.

Nebulosa el Águila

Esta lista creciente de requisitos improbables es sólo la mitad de la historia.

En The Privileged Planet, el astrónomo Guillermo González y yo, argumentamos que esas condiciones para la habitabilidad también ofrecen las mejores condiciones para hacer ciencia. Los lugares en los que los observadores pueden existir son los mismos en los que se dan las mejores condiciones para la observación. Por ejemplo, la mejor región de la galaxia para la existencia de vida es, al mismo tiempo, el mejor lugar para ser un astrónomo y cosmólogo. Se podría esperar eso si el universo estuviese diseñado para los descubrimientos, pero no si, como dijo el astrónomo Carl Sagan, “el universo es todo lo que hay, lo que siempre fue, o siempre será”.

Plantación de información
Por supuesto, incluso con entorno adecuado no se forman automáticamente seres humanos ni aun amebas. Antes de que el mecanismo darwiniano pueda empezar, necesita una gran cantidad de información biológica como parte del primer organismo que se reprodujo. Por ejemplo, está la información codificada a lo largo de la molécula del ADN, a menudo descrita como un sofisticado código de ordenador para producir proteínas, los ladrillos de todas las formas de vida. Estos, en cambio, necesitan el soporte físico celular apropiado para funcionar.

En los últimos años, los filósofos William Dembski y Stephen Meyer han convertido esta evidencia en un formidable argumento a favor del diseño inteligente. Dembski, también matemático, aplica las teorías de la información y de la estadística a este tema. Meyers argumenta que los procesos de la casualidad y la química sin propósito, simplemente no pueden explicar la información biológica y que, más aún, nuestra experiencia diaria nos muestra de dónde viene tal información: de agentes inteligentes.

Subiendo un nivel, encontramos máquinas complejas y funcionalmente integradas que están fuera del alcance del mecanismo darwiniano. El bioquímico Michael Behe inmortalizó algunas de estas en su libro de superventas de 1996, La Caja Negra de Darwin. Behe afirma que las máquinas moleculares como las bacterias flageladas son “irreductiblemente complejas”. Son como una trampa para ratones. Sin todos sus componentes no funcionan. La selección natural puede construir sistemas solamente con un pequeño paso cada vez, donde cada paso provee una ventaja inmediata de supervivencia para el organismo. No puede hacer la selección para una función futura. Para hacer eso necesita previsión, jurisdicción exclusiva de agentes inteligentes.

Esa es la evidencia positiva del diseño: tales estructuras son el resultado producido por agentes inteligentes, que pueden prever una función futura. Si entiendes esto sabrás ya más que la mayoría de los periodistas que escriben sobre este tema.

Guacamayo

La nueva revisión del zoo

Si vamos al mundo macroscópico, vemos la complejidad tridimensional de los muchos y diversos planos del cuerpo animal (phyla). En los registros fósiles aparecen de repente. El problema para el darwinismo no es que haya lagunas, que por supuesto las hay; más bien es que toda la cadena del registro fósil está llena de repentinos y nuevos grupos (phyla) y el persistente aislamiento morfológico entre ellos. No hay una ramificación gradual del árbol de la vida que la teoría de Darwin nos lleva a esperar. Esa es una evidencia que no se puede ignorar.

Nuestra experiencia nos dice que las innovaciones súbitas y la introducción masiva de información procede de agentes inteligentes. Las innovaciones primarias aparecen primero (por ejemplo: coche, avión, y un nuevo phylum cámbrico) seguidas devariaciones de la forma original. Esta es la historia que cuenta el registro fósil.

¿La definición o la evidencia?
Al inicio del siglo XXI tenemos a nuestra disposición nueva evidencia y nuevas herramientas intelectuales. En medio del camino permanece la definición materialista de la ciencia heredada de la Era Victoriana. Si una definición de la ciencia está en conflicto con la evidencia científica, ¿nos quedaremos con la definición o con la evidencia?

Si nos hacemos la pregunta es para contestarla. “Ciencia” significa conocimiento. Si somos verdaderos científicos entonces deberemos estar abiertos al mundo natural, sin decidir de antemano lo que le vamos a permitir que nos revele. Ya sea que el universo provea evidencia de propósito y de diseño, o no. La forma de resolver la pregunta no es jugando a definiciones, sino observando.

El mundo-G
Recientemente, el físico y premio Nóbel Charles Townes se preguntaba: “¿Cuál es el propósito o el significado de la vida? ¿O el de nuestro universo? Estas son cuestiones que nos deberían de importar a todos. Si el universo tiene un propósito, entonces su estructura y cómo funciona deben reflejar ese propósito”. Townes prosigue: “Se debe discutir abierta y cuidadosamente del posible significado de nuestro universo, o de la naturaleza de la religión y de la visión filosófica de esta y de la ciencia”.

Por desgracia pocos están dispuestos a seguir el consejo de Townes. Si hablamos de DI, nos advierten, alguien, en algún lugar, empezará a hablar de Dios. Pero ciertas ideas en la ciencia siempre van a tener implicaciones teológicas.

Como el archidarwinista, Richard Dawkins, dijo tan memorablemente: “Darwin hizo posible ser un ateo intelectualmente satisfecho”. Correcto. Ambos, Dawkins y Townes están de acuerdo en que ciertas ideas en la ciencia pueden tener implicaciones teológicas. ¿No es obvio? Aunque en nuestro clima actual, incluso el menor rumor de Dios hace que algunos echen mano de sus términos despectivos como: “teócrata”, “fundamentalista” y “creacionista”. No necesitan mucha imaginación.

Pero esa respuesta es cada vez más superficial. El genio está fuera de la lámpara, y las descalificaciones y la desinformación no lo devolverán a ella. Los mandarines ya no pueden controlar el flujo de información que llega a aquellos que la buscan. Las implicaciones están ahí. Es tiempo de discutir la evidencia.

Sobre el autor: El doctor en física Jay Wesley Richards, es investigador asociado del Acton Institute e investigador principal del Center for Science & Culture del Discovery Institute. Es coautor, junto al astrónomo Guillermo González, del libro “El Planeta Privilegiado: Cómo nuestro lugar en el cosmos está diseñado para los descubrimientos”. (Editorial Regnery, 2004) y contribuye al blog idthefuture.com


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