Dios se mostró en Jesucristo

Dios se manifestó al hombre por medio de su Hijo, Jesucristo, quien “es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que Él es”  (Hebreos 1:3)

La Biblia enseña que Dios es uno. No hay dos Dioses, o tres, o mil. El cristianismo es una religión monoteísta. Por eso fue que la venida de Jesucristo despertó una reacción tan fuerte en la sociedad de su época.

“Es motivo de tropiezo para los judíos…”

Dios se manifestó al hombre por medio de su Hijo, Jesucristo, quien “es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que Él es” (Heb 1:3). Jesús se dirigió a Dios como su Padre (Mt 10:32-33; Lc 23:34; Jn 10:15), y dijo, “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14:9). Firmemente declaró, “El Padre y yo somos uno” (Jn 10:30).

Después de la resurrección de Jesús, Tomás se dirigió a Él diciendo: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20:28). Jesucristo era Dios.

Esto era inaceptable para el judaísmo: “El Señor nuestro Dios es el único Señor”, decía el Semá (Dt 6:4), columna de la fe judía durante muchos siglos. Y ahora venía un hombre con profundo conocimiento de las escrituras y poder para hacer milagros que decía ser el Hijo de Dios. Algunos dirigentes judíos reconocieron que Jesús era un maestro enviado por Dios (Jn 3:2). Pero ¿el Hijo de Dios? ¿Cómo podía Dios ser uno, y Jesucristo también ser Dios?

“Así que los judíos redoblaban sus esfuerzos para matarlo,” decía Juan 5:18. “No sólo quebrantaba el sábado sino que incluso llamaba a Dios su propio Padre”.

Los judíos acabaron por condenar a muerte a Jesús, convencidos de que sus declaraciones eran blasfemia:

“Pero Jesús se quedó callado y no contestó nada. —¿Eres el Cristo, el Hijo del Bendito? —le preguntó de nuevo el sumo sacerdote. —Sí, yo soy —dijo Jesús—. Y ustedes verán al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso, y bajando con las nubes del cielo. —¿Para qué necesitamos más testigos? —dijo el sumo sacerdote, rasgándose la ropa—. ¡Habéis oído la blasfemia! ¿Qué os parece? Todos ellos lo condenaron como digno de muerte” (Mr 14:61-64).

“…y es locura para los gentiles”

Por otra parte, los gentiles tampoco aceptaban a Jesús como lo que Él decía ser. Los filósofos griegos pensaban que nada podía salvar la brecha entre lo eterno e inmutable por un lado y lo temporal y material por otro.

Por tanto los griegos se mofaban de la declaración de Juan: “En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1:1, 14).

Mas para los escépticos, esta historia de apariencia tan descabellada no terminaba allí. Dios no sólo se convirtió en ser humano y murió, sino que luego resucitó y recuperó toda su gloria primera (Jn 17:5). Pablo escribió a los efesios del poder “que Dios ejerció en Cristo cuando resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las regiones celestiales” (Ef 1:20).

En otra carta, Pablo describió la consternación con la cual judíos y griegos reaccionaron ante la extraordinaria historia de Jesucristo: “Ya que Dios, en su sabio designio, dispuso que el mundo no lo conociera mediante la sabiduría humana, tuvo a bien salvar, mediante la locura de la predicación, a los que creen. Los judíos piden señales milagrosas y los gentiles buscan sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado. Este mensaje es motivo de tropiezo para los judíos, y es locura para los gentiles” (1Co 1:21-23).

No cualquiera podía comprender y alegrarse por tener la maravillosa noticia del evangelio. Pablo prosiguió: “Pero para los que Dios ha llamado, lo mismo judíos que gentiles, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios. Pues la locura de Dios es más sabia que la sabiduría humana, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza humana” (v. 24-25). Y en Romanos 1:16 Pablo exclamó, “A la verdad, no me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen: de los judíos primeramente, pero también de los gentiles”.

“Yo Soy la Puerta”

Durante su vida en la tierra, Jesús, Dios en la carne, refutó muchas ideas persistentes y arraigadas —pero falsas— sobre lo que Dios es, cómo vive y cuál es su voluntad. Aclaró verdades que el Antiguo Testamento había apenas sugerido. Y pronunció que nadie podía salvarse si no era por medio de Él. Jesús declaró: “Yo soy la puerta; el que entre por esta puerta, que soy yo, será salvo” (Jn 10:9).

“Yo soy el camino, la verdad y la vida,” Jesús anunció. “Nadie llega al Padre sino por mí” (Jn 14:6). Y: “Yo soy la vid y vosotros  las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí es desechado y se seca, como las ramas que se recogen, se arrojan al fuego y se queman” (Jn 15:5-6).

Jesús es Dios

Jesús no eliminó el mandato monoteísta expresado en Deuteronomio 6:4. Más bien, Jesús extendió más allá de lo que cualquiera había imaginado lo que significa para Dios ser uno. Jesús reveló que, mientras Dios es uno y sólo uno, el Verbo eterno existió con Dios y era Dios (Jn 1:1-2).

Cuando el Verbo vino en la carne, siendo plenamente humano y plenamente divino, se despojó voluntariamente de las prerrogativas de la divinidad. Jesús, “quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Fil 2:6-8).

Jesús fue plenamente humano y plenamente divino. Tenía todo el poder y la autoridad de Dios, mas por nosotros se sujetó voluntariamente a las limitaciones de la existencia humana. Y durante este período de encarnación, Él, el Hijo, continuó su relación con su Padre en el cielo.

“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”, dijo Jesús (Jn 14:9). “Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta; juzgo sólo según lo que oigo, y mi juicio es justo, pues no busco hacer mi propia voluntad sino cumplir la voluntad del que me envió”, dijo (Jn 5:30). Y también: “no hago nada por mi propia cuenta, sino que hablo conforme a lo que el Padre me ha enseñado” (Jn 8:28).

Poco antes de la crucifixión, Jesús dijo a sus discípulos: “Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo de nuevo el mundo y vuelvo al Padre” (Jn 16:28). Jesús vino a la tierra a morir por nuestros pecados. Vino a fundar su Iglesia. Vino a comenzar la predicación del evangelio en todo el mundo. Jesús también vino a dar a conocer a Dios a la humanidad.

En particular, dio a los hombres entendimiento de la relación Padre-Hijo que existe dentro de la Deidad.

Gran parte del Evangelio de Juan, por ejemplo, se dedica a describir la obra de Jesús de revelar el Padre a la humanidad. Los pronunciamientos de Jesús en la Pascua (Jn 13-17) revisten especial interés.

¡Qué insólita es esta verdad sobre la naturaleza de Dios! Y más insólito todavía es lo que Jesús siguió mostrando sobre cómo Dios propone que los humanos se relaciones con él.

¡Los humanos pueden
compartir la naturaleza divina!

Jesús les dijo a sus discípulos: “¿Quién es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece. Y al que me ama, mi Padre lo amará, y yo también lo amaré y me manifestaré a él” (Jn 14:21).

Dios quiere que los seres humanos se unan a Él en una relación de amor —el amor que comparten el Padre y el Hijo. Dios se revela, se manifiesta, en aquellos en quienes obra ese amor.

Jesús prosiguió explicando: “El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra morada en él. El que no me ama, no obedece mis palabras. Pero estas palabras que estáis escuchando no son mías sino del Padre, que me envió.” (vv. 23-24).

Dios vive en los que vienen a Él por la fe en Jesucristo, comprometiéndose ellos mismos a llevar una vida de servicio a Él. Pedro exhortó: “Arrepiéntanse y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch 2:38). El Espíritu Santo también es Dios, como veremos en el siguiente capítulo. El Espíritu Santo vive en los creyentes. Pablo sabía que Dios vivía en él: “He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí” (Gá. 2:20). Porque Cristo vive en nosotros y el Espíritu Santo vive en nosotros, Dios vive en nosotros. Pero hay sólo un Dios.

Dios se reveló plenamente en Jesucristo: “Toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo” (Col 2:9). ¿Qué significa para nosotros esta revelación? ¡Que compartiendo a Cristo, a través de fe en Él, podemos ser partícipes de la propia naturaleza de Dios! Pedro lo resumió diciendo: “Su divino poder, al darnos el conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y potencia, nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda. Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina” (2P 1:3-4).

Jesús fue plenamente humano y plenamente divino. Tenía todo el poder y la autoridad de Dios, mas por nosotros se sujetó voluntariamente a las limitaciones de la existencia humana.

Cristo: la revelación perfecta de Dios

En síntesis, ¿cómo se reveló Dios en Jesucristo?

• Jesús reveló el carácter de Dios por la manera como vivió en la tierra.

• Jesús murió y resucitó para que los hombres pudieran ser salvos, reconciliarse con Dios y recibir la vida eterna. Romanos 5:10-11 nos dice: “Porque si, cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con Él mediante la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, habiendo sido reconciliados, seremos salvados por su vida! Y no sólo esto, sino que también nos regocijamos en Dios por nuestro Señor Jesucristo, pues gracias a Él ya hemos recibido la reconciliación”.

“Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas
promesas para que ustedes… lleguen a tener parte en la naturaleza divina” (2 Pedro 1:3-4).

• Jesús reveló el plan de Dios de formar una nueva comunidad espiritual —la iglesia— que trascendiera las barreras raciales nacionales (Ef 2:14-22).

• Jesús reveló a Dios como el Padre de todos los que nacen de nuevo en Cristo.

• Jesús reveló el glorioso destino que Dios promete a su pueblo. La presencia del Espíritu de Dios en nuestro interior nos permite vislumbrar aquella gloria futura aquí y ahora. El Espíritu “garantiza nuestra herencia” (Ef 1:14).

• Jesús dio testimonio de la existencia del Padre y del Hijo como un Dios. Nuestra comprensión de la unidad de Dios debe admitir al Padre e Hijo, por lo tanto más de una Persona dentro de la Deidad.

Los autores del Nuevo Testamento frecuente aplicaron a Cristo los nombres que en el Antiguo Testamento se aplicaban a Dios. Al hacerlo, nos mostraron no solamente cómo es Cristo sino cómo es Dios, pues Dios y Cristo son uno. Aprendemos sobre Dios cuando estudiamos lo que es Jesucristo.

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